Todxs en algún momento hemos vivido de primera mano una rabieta, ya sea una propia cuando éramos peques en algún momento de rabia o frustración, o bien sea una ajena en algún niño o niña de nuestro entorno.
Y es que las rabietas son algo normal, una manera que tienen los y las peques para hacernos saber que no están conformes con algo, que algo no les gusta o que se sienten disgustadxs. Las rabietas son algo adaptativo que, poco a poco y con el tiempo, aprenderán a gestionar, adquiriendo las herramientas para expresar esa disconformidad de otras maneras.
Pero, ¿qué pasa cuando estas rabietas van acompañadas de agresividad, ya sea hacia unx mismx o hacia otra persona?
Esos momentos generan en las personas adultas emociones complejas y generalmente desagradables, y tendemos a querer parar lo antes posible esa conducta y terminar con esa situación que genera mucho malestar.
¿Qué podemos hacer ante este tipo de ocasiones?
En primer lugar, poner el foco en ambas partes. No sólo en lo que está diciendo o haciendo el niño o niña, sino también poner el foco en nosotrxs, es decir, plantear qué me está generando a mi como adultx esta situación. Porque muchas veces aquello que yo estoy sintiendo en ese momento, va a influir en la manera que voy a actuar ante esa situación.
Es importante que, a pesar de que esa situación nos genere emociones desagradables, mostremos neutralidad y seguridad a la hora de actuar, y que todo aquello que nos pueda estar afectando a cómo estamos viviendo esa situación (cansancio, frustración, agobio…) no nos afecte en la gestión de la situación.
Una vez controladas nuestras emociones, debemos proceder a garantizar la seguridad de nuestrx peque, en el caso de autoagresiones; o del otro niño o niña, en el caso de agresiones ajenas. ¿Cómo hacemos eso? Marcando un límite claro y físico para finalizar esa agresión. El niño o niña en ese momento no está siendo capaz de controlar sus emociones, por lo que necesita que nosotros seamos ese control que no está pudiendo ejercer.
Una vez finalizada y controlada la agresión, es el momento de preguntarnos, ¿qué puede haber originado esa conducta? Recalcamos que no le preguntamos al o a la peque, sino a nosotrxs mismos. Y es que, en ese momento de pico emocional, el niño o niña no va a poder razonar, no va a mostrarse abiertx a escucharnos ni a comunicar, por lo que intentar indagar o debatir con él o ella en ese momento va a ser inútil, al igual que intentar darle un discurso respecto a la agresión.
Así que lo que haremos es, mediante el contexto y lo que ha podido suceder antes de la agresión, intentar averiguar qué creemos que puede estar pasando y qué puede haberle hecho reaccionar así.
Mientras pensamos qué puede haber pasado, nuestra respuesta va a ser mantenernos cerca, es decir, físicamente disponibles, dejándole espacio al niño para que poco a poco, la intensidad de su emoción disminuya y esté preparado para comunicarse con nostroxs.
Hay que tener en cuenta que hay peques que van a poder relajarse y bajar la intensidad de su emoción de manera autónoma, mientras que hay otros que van a necesitar más de nuestro acompañamiento. Pero debemos recordar que en ese momento no lo estamos educando respecto al conflicto que acabamos de vivir, sino que estamos acompañando la gestión de la emoción para poder gestionarlo con mucha más calma.
Durante ese proceso, podemos ofrecer al niño o niña una muestra de cariño o contacto, por si puede ayudarle. Y es que a pesar de que más adelante vamos a tener que educarle sobre la conducta que acaba de realizar, ahora puede necesitar de ese abrazo o de esa muestra de cariño para regularse y para ayudar a calmarse y hacerlo sentir querido y acompañado: “quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.
Cuando nos encontramos en el punto en el que el niño o niña ha podido regular la intensidad de su emoción, podemos pasar a validarla. Es importante ayudarle a poner palabras a aquello que ha pasado y que ha sentido, pero sobre todo que se sienta comprendidx: “Te ha hecho enfadar mucho que te quitaran tu juguete, ¿verdad?”. En ese proceso debemos intentar empatizar y conectar, des de su perspectiva, con aquello que nos está contando para ayudarle a expresarlo, aunque no estemos de acuerdo con lo que ha dicho o ha hecho.
Y después de todo este proceso, llegamos al punto final: educar. Y es que en ese momento sus revoluciones e intensidad emocional han bajado y es un bueno momento para hablar sobre lo que ha pasado, sus conductas, alternativas a ese comportamiento, las emociones de los demás, soluciones una vez ha realizado la conducta…
Finalmente, una vez cerrado todo lo anterior, es un buen punto para hablar con él o ella sobre las consecuencias que va a tener dicha agresión, estableciendo unos límites y consecuencias claros.
Esperamos que el artículo os haya resultado interesante, ¡volvemos la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia