Apego, Asertividad, comunicación, conflictos, Emociones, Empatía, Expectativas, Infantil, Maternidad, NUESTRO BLOG, Parentalidad, Reeducación
Cuando las familias inician un proceso terapéutico para sus peques, muy a menudo, hacemos una sesión para hablar sobre los límites. Y en ellas, nos damos cuenta de que existe mucha confusión respecto al uso de los límites, los castigos y las consecuencias, llegando a confundirse con el chantaje.
Entonces, ¿qué diferencias hay? ¿Es posible poner límites adecuados sin caer en el chantaje?
Si bien la crianza respetuosa siempre se apoya en el cuidado de los niños y niñas desde la confianza y el respeto mutuo, las normas y los límites son muy importantes para guiar el desarrollo de los y las peques, ayudándoles a comprender qué actos van a ser más o menos adecuados des del punto de vista externo, tanto ahora como en un futuro.
De hecho, esta disciplina, la crianza respetuosa, considera imprescindible el uso de límites, pero propone hacerlo des de una perspectiva amable, respetuosa y coherente con lo ocurrido y las consecuencias que podría haber tenido en el entorno.
¿Entonces podemos poner consecuencias como premios o castigos siguiendo un método de crianza respetuosa?
La respuesta es sí. A lo largo de los años se ha ido construyendo toda una teoría entorno al concepto de “disciplina positiva” que justamente describe cómo poner límites de una forma respetuosa y positiva para el o la menor.
Sus principales características son:
- Amabilidad y respeto a la hora de comunicar las normas y las consecuencias. Intentar mantener un tono de voz calmado, amable y cariñoso en el momento en que ponemos un límite, y expresarlo con asertividad.
- Favorecer la autonomía y la comprensión del error como herramienta de mejora. Estos errores pueden ayudarles a ver las consecuencias reales de sus actos y ser mucho más significativos para el aprendizaje que una consecuencia impuesta por la familia.
- El castigo no es más que un tipo de consecuencia, de hecho, el tipo menos efectivo. Las consecuencias positivas y aversivas de nuestros actos nos ayudan a comprender qué ocurre si realizamos una conducta. De hecho, está científicamente demostrado que nos ayudan a aumentar o reducir aquello que hacemos de forma muy significativa. Sin embargo, el castigo no es más que un tipo de consecuencia (aversiva) que le atribuimos de forma externa a alguien por hacer una conducta. Y está demostrado que las consecuencias positivas (el refuerzo o la retirada de un beneficio) tiene mucho más peso que las consecuencias aversivas. Y aún más, si están directamente relacionadas con la conducta realizada.
- Utilizar un lenguaje emocional validando la frustración que supone que nos pongan un límite y expresando cómo nos hace sentir la conducta o situación en la que nos encontramos, pero siempre, teniendo mucho cuidado de no culpar al niño o la niña de nuestro propio estado emocional.
Es totalmente cierto que los límites, tal como eran comprendidos años atrás, podían dar pie a chantajes o manipulación del menor. Evidentemente, sin ningún tipo de mala intención por parte de la familia. Por ello, os proponemos que intentemos ceñirnos a estas pautas e intentemos ponerlos desde un punto de vista mucho más respetuoso, siendo imprescindibles para el desarrollo de los niños y las niñas.
Esperamos que os haya parecido interesante el artículo y que pueda ser útil para poder decidir la forma como queréis educar a vuestros y vuestras peques.
¡Hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Asertividad, Autocuidado, Empatía, Expectativas, Funciones ejecutivas, Gestión Emocional, Infantil, Maternidad, NUESTRO BLOG, Parentalidad, Perfeccionismo, Prioridad, Responsabilidad afectiva
La noticia de la llegada de un/a niñx a nuestras vidas trae a su vez una mochila enorme de emociones y sensaciones que nos acompañaran a lo largo de toda la maternidad/paternidad: alegría, cansancio, miedo, felicidad, preocupación, calma, frustración…
Y junto a toda esta montaña rusa emocional, también es inevitable que aparezcan las expectativas: cómo será su personalidad, qué habilidades tendrá, qué cosas le gustaran, etc.
Y es que las expectativas no son más que las creencias que se originan de forma consciente o no, sobre las capacidades y destrezas que, en este caso, tiene o tendrá nuestrx niñx.
Como decíamos, es imposible no generar estas expectativas como padres o madres, ya que provienen de nuestra creencia de qué es bueno o qué es malo, o de nuestras propias experiencias durante nuestra infancia, de cómo nos hubiera gustado ser nosotrxs, etc. Pero ¿pueden tener algún efecto estas en nuestrxs niñxs?
Si estas expectativas de cómo deben ser nuestros hijos e hijas, o cómo nos gustaría que fueran, difieren de la realidad, lo que suele pasar en la mayoría de los casos es que pueden llegar a generarnos conflictos, tanto a ellxs como a nosotrxs.
Y es que la autoestima de los niños y niñas se forma, en parte, por las opiniones que perciben y escuchan en su entorno, especialmente por aquellas personas que son importantes para ellxs. Es inevitable que como adultxs, aunque sea de manera inconsciente, transmitamos con nuestros gestos, acciones y palabra estas expectativas sobre nuestrxs hijxs, y cuando estas no se cumplen nos sintamos frustrados y frustradas y ellxs, por su parte, desalentadxs.
La mayoría de las veces nos centramos tanto en esas expectativas que nosotroxs hemos creado, y en si se cumplen o no, que no somos capaces de ver realmente quien es nuestrx hijx, cómo es y cuáles son sus fortalezas y habilidades. Es decir, nos estamos perdiendo realmente el poder conocer y descubrir quién es él o ella realmente, y ayudarle a cumplir sus propias metas, sus propias expectativas y su propia personalidad.
Por otro lado, el niño o niña que vive completamente rodeado de expectativas, le será muy complicado desarrollar su propia personalidad, además de costarle marcarse sus propias metas y objetivos, ya que intentará en la mayoría de los casos, cumplir con eso que se espera constantemente de él o ella.
¿Y en qué puede derivar eso? Pues en un/a peque desalentadx y con una muy baja autoestima. Acabará percibiendo que lo que se busca no es que sea como realmente es, sino como se espera que sea. Como es imposible cumplir con todas las expectativas, probablemente sienta que, haga lo que haga, nunca será suficiente.
Así que os animamos a intentar despojaros de todas esas expectativas y descubrir quién es y cómo es esa personita que tenéis delante, para ayudar a potenciar sus habilidades, sus fortalezas y cumplir sus propios sueños y metas.
Esperamos que os haya gustado el artículo, ¡hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Ansiedad, auto-castigo, Autoestima, Emociones, Empatía, Gestión Emocional, Infantil, Maternidad, NUESTRO BLOG, Reeducación, Responsabilidad afectiva
Todxs en algún momento hemos vivido de primera mano una rabieta, ya sea una propia cuando éramos peques en algún momento de rabia o frustración, o bien sea una ajena en algún niño o niña de nuestro entorno.
Y es que las rabietas son algo normal, una manera que tienen los y las peques para hacernos saber que no están conformes con algo, que algo no les gusta o que se sienten disgustadxs. Las rabietas son algo adaptativo que, poco a poco y con el tiempo, aprenderán a gestionar, adquiriendo las herramientas para expresar esa disconformidad de otras maneras.
Pero, ¿qué pasa cuando estas rabietas van acompañadas de agresividad, ya sea hacia unx mismx o hacia otra persona?
Esos momentos generan en las personas adultas emociones complejas y generalmente desagradables, y tendemos a querer parar lo antes posible esa conducta y terminar con esa situación que genera mucho malestar.
¿Qué podemos hacer ante este tipo de ocasiones?
En primer lugar, poner el foco en ambas partes. No sólo en lo que está diciendo o haciendo el niño o niña, sino también poner el foco en nosotrxs, es decir, plantear qué me está generando a mi como adultx esta situación. Porque muchas veces aquello que yo estoy sintiendo en ese momento, va a influir en la manera que voy a actuar ante esa situación.
Es importante que, a pesar de que esa situación nos genere emociones desagradables, mostremos neutralidad y seguridad a la hora de actuar, y que todo aquello que nos pueda estar afectando a cómo estamos viviendo esa situación (cansancio, frustración, agobio…) no nos afecte en la gestión de la situación.
Una vez controladas nuestras emociones, debemos proceder a garantizar la seguridad de nuestrx peque, en el caso de autoagresiones; o del otro niño o niña, en el caso de agresiones ajenas. ¿Cómo hacemos eso? Marcando un límite claro y físico para finalizar esa agresión. El niño o niña en ese momento no está siendo capaz de controlar sus emociones, por lo que necesita que nosotros seamos ese control que no está pudiendo ejercer.
Una vez finalizada y controlada la agresión, es el momento de preguntarnos, ¿qué puede haber originado esa conducta? Recalcamos que no le preguntamos al o a la peque, sino a nosotrxs mismos. Y es que, en ese momento de pico emocional, el niño o niña no va a poder razonar, no va a mostrarse abiertx a escucharnos ni a comunicar, por lo que intentar indagar o debatir con él o ella en ese momento va a ser inútil, al igual que intentar darle un discurso respecto a la agresión.
Así que lo que haremos es, mediante el contexto y lo que ha podido suceder antes de la agresión, intentar averiguar qué creemos que puede estar pasando y qué puede haberle hecho reaccionar así.
Mientras pensamos qué puede haber pasado, nuestra respuesta va a ser mantenernos cerca, es decir, físicamente disponibles, dejándole espacio al niño para que poco a poco, la intensidad de su emoción disminuya y esté preparado para comunicarse con nostroxs.
Hay que tener en cuenta que hay peques que van a poder relajarse y bajar la intensidad de su emoción de manera autónoma, mientras que hay otros que van a necesitar más de nuestro acompañamiento. Pero debemos recordar que en ese momento no lo estamos educando respecto al conflicto que acabamos de vivir, sino que estamos acompañando la gestión de la emoción para poder gestionarlo con mucha más calma.
Durante ese proceso, podemos ofrecer al niño o niña una muestra de cariño o contacto, por si puede ayudarle. Y es que a pesar de que más adelante vamos a tener que educarle sobre la conducta que acaba de realizar, ahora puede necesitar de ese abrazo o de esa muestra de cariño para regularse y para ayudar a calmarse y hacerlo sentir querido y acompañado: “quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.
Cuando nos encontramos en el punto en el que el niño o niña ha podido regular la intensidad de su emoción, podemos pasar a validarla. Es importante ayudarle a poner palabras a aquello que ha pasado y que ha sentido, pero sobre todo que se sienta comprendidx: “Te ha hecho enfadar mucho que te quitaran tu juguete, ¿verdad?”. En ese proceso debemos intentar empatizar y conectar, des de su perspectiva, con aquello que nos está contando para ayudarle a expresarlo, aunque no estemos de acuerdo con lo que ha dicho o ha hecho.
Y después de todo este proceso, llegamos al punto final: educar. Y es que en ese momento sus revoluciones e intensidad emocional han bajado y es un bueno momento para hablar sobre lo que ha pasado, sus conductas, alternativas a ese comportamiento, las emociones de los demás, soluciones una vez ha realizado la conducta…
Finalmente, una vez cerrado todo lo anterior, es un buen punto para hablar con él o ella sobre las consecuencias que va a tener dicha agresión, estableciendo unos límites y consecuencias claros.
Esperamos que el artículo os haya resultado interesante, ¡volvemos la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Gestión Emocional, Infantil, Maternidad, Mecanismo de defensa, Mentiras, NUESTRO BLOG, Reeducación
No nos engañemos, pese a que las mentiras están muy mal vistas, son un mecanismo adaptativo que nos ayuda a relacionarnos socialmente en muchas ocasiones. Nos permiten integrarnos en grupos sociales, defendernos ante posibles consecuencias aversivas y a alcanzar algunos objetivos propios, a la par que nos evitan muchos conflictos sociales.
Sin embargo, su buen uso es muy complicado y, a menudo, nos lleva a sufrir muchos conflictos asociados a ellas debido a la falta de confianza que generan al ser descubiertas.
Todos y todas decimos mentiras en algunas ocasiones, e intentamos vivir trampeando los momentos en que éstas pueden llevarnos directos a la desgracia. Pero cuando otras personas nos mienten, sentimos que nuestra relación se ve mermada.
¿Y qué pasa si quien te miente es tu propio hijo o tu propia hija?
En estos casos podemos llegar a sentir que nuestro vínculo, ese tan importante que llevamos cuidando desde tanto tiempo atrás y que vivimos con tanta intimidad y cariño, se rompe.
No obstante, es totalmente natural que los niños y niñas entre 5 y 6 años empiecen a decir mentiras para explorar, debida la necesidad de dar respuesta a las situaciones sociales que mencionábamos anteriormente.
De hecho, tus peques no mienten porque sea divertido decir mentiras, sino porque hay una situación que deben gestionar, igual que nos ocurre a las personas adultas. La única diferencia es que, a través de los años, aprendemos muchas herramientas que nos enseñan a resolver muchas situaciones sin necesidad de recurrir a las peligrosas mentiras, y tus peques aún no las tienen.
Entonces, ¿debemos dejar que mientan o debemos reñirles?
Si bien es cierto que debemos actuar ante una situación así, es importante no reaccionar de una forma desproporcionada ante las mentiras. Debemos intentar mantenernos calmados/as y establecer un espacio de comunicación seguro para él o para ella.
Los objetivos que deberíamos intentar lograr son:
- Comprender qué le ha llevado a mentir y validar las emociones que le han precipitado a ello. Normalmente, las mentiras siempre van ligadas a emociones desagradables y, posiblemente, pese a haber hecho algo mal, la causa ha sido un malestar.
- Poder expresar cómo nos sentimos ante su mentira y qué consecuencias puede tener que lo haga de forma recurrente.
- Proporcionar estrategias alternativas para conseguir aquello que necesitaba sin tener que recurrir a las mentiras. Así, le facilitaremos el trabajo en un futuro y no necesitará mentir.
Si os fijáis, mantenemos la técnica del sándwich de la que tanto os hemos hablado para ser asertivos/as con los y las peques (comentario agradable, desagradable y agradable de nuevo).
Esperamos que os haya resultado interesante el artículo y que pueda ser útil para ayudar a los y las peques en su gestión de las relaciones sociales, a la par que facilitar la comunicación en familia.
¡Hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Asertividad, comunicación, Emociones, Empatía, Gestión Emocional, Infantil, NUESTRO BLOG, Salut Mental
Como adultxs, somos perfectamente capaces de entender que otra persona adulta pueda tener un mal día. Somos capaces de empatizar en cómo se puede estar sintiendo y comprender que pueda tener un gran enfado por una tontería, que dé una mala contestación, que llore por algo que aparentemente no nos parece tan importante… todxs hemos estado en esa situación y, por lo tanto, somos capaces de ponernos en su lugar y ser mucho más benevolentes con sus reacciones y conductas.
¿Por qué todxs somos capaces de empatizar con esta situación? Porque tener un mal día es normal.
Pero, ¿qué pasa cuando extrapolamos esta misma situación en los niños y niños? ¿Pueden tener ellxs un mal día?
Muchas veces, como adultxs, padres, madres, cuidadorxs, etc., esperamos que lxs más pequeños tengan un comportamiento ejemplar, que nunca se pasen de la raya, que no tengan una mala contestación, que no griten, que no monten una rabieta, que controlen hasta el más mínimo detalle de sus comportamientos, emociones y reacciones. Cuando somos nosotros/as quiénes tenemos un mal día, lo verbalizamos, lo expresamos y esperamos que las personas de nuestro entorno empaticen con nosotrxs, nos comprendan e incluso que “aguanten” nuestro mal humor.
¿Cómo nos sentiríamos si en vez de eso, nos tiraran en cara nuestro comportamiento, nos lo reprocharan e incluso nos regañaran? Exigiéndonos un comportamiento ejemplar a pesar de nuestras emociones. Seguramente nos sentiríamos tristes, enfadadxs y totalmente incomprendidos e incomprendidas.
Los niños y niñas muchas veces no son capaces de verbalizar sus emociones, y por lo tanto no son capaces de identificar y contarnos que han tenido un mal día. A veces será una pelea en el patio, una mala nota, que un amigo no haya querido jugar con él o ella, e incluso que un imprevisto haya hecho que no podáis ir al parque esa tarde. Como adultxs nos pueden parecer motivos insignificantes, pero para ellxs no lo son, y lo que sienten y necesitan es exactamente lo mismo que nosotrxs: acompañamiento, empatía y, sobre todo, mucha comprensión.
Así que, la próxima vez que sintamos que nuestros hijos e hijas nos están llevando al límite, que se nos agota la paciencia y que no aceptamos ese comportamiento, respiremos hondo y pensemos, ¿cómo me gusta que me traten a mi cuando tengo un mal día?
¡Esperamos que te haya parecido útil y motivo de reflexión! ¡Hasta el miércoles que viene!
El equipo de Somni Psicologia
Adolescencia, Emociones, Gestión Emocional, Infantil, NUESTRO BLOG, Parentalidad, Terapia
Estas navidades las cartas de los niños, niñas y adolescentes han estado cargadas de videojuegos. Las personas que estamos con peques ya llevamos meses oyendo comentarios del tipo “Pediré a los reyes la Nintendo Switch”, “este año seguro que los reyes me traen el nuevo fifa” o “sólo he pedido la Play 5 para asegurarme de que me la traen”.
Ahora esta es una nueva realidad para muchas familias y, con ella, vienen un montón de dudas sobre cómo debemos gestionar el tiempo con pantallas. Porque sí, el momento en que llega un nuevo juego o consola a casa, es el mejor momento para establecer unas normas de uso.
Sin embargo, eso no significa que no puedan atribuirse cuando ya tenemos algún juego en casa o cuando observamos que el uso que se le está dando no es el que consideramos adecuado. De hecho, la gestión familiar de los videojuegos y los conflictos que pueden derivar de ella, es una parte significativa de nuestra profesión, en el mundo de la psicología infantil actual.
La adicción a pantallas, la preocupación por el mal uso que hacen algunos y algunas menores de ellas o el aislamiento que puede llegar a suponer, tienden a ser demandas muy usuales en el campo en el que trabajamos.
Esto es dado a la elevada estimulación que suponen los videojuegos para los niños, niñas y adolescentes en comparación con otros juegos o entretenimientos. Estos juegos suponen un refuerzo inmediato tan potente que puede reducir el efecto de otros reforzadores del día a día.
Además, los videojuegos y las redes sociales son uno de los principales temas de conversación entre menores, de forma que, prescindir totalmente de estos, también supondrá unas consecuencias sociales para él o para ella.
Encontrar el equilibrio puede ser especialmente difícil, pero aquí van algunos consejos que creemos que pueden ayudaros:
- Marcad unas reglas sobre el uso de las pantallas: Éstas deberían incluir el tipo de juegos que están permitidos, las personas con las que pueden jugar, la información que pueden dar a través de internet y el tiempo de uso.
- Negociad estas reglas: Recordad que el uso de las nuevas tecnologías lo vivimos de una forma muy distinta en cada generación y, por tanto, puede ser que vuestro/a hijo/a presente unas necesidades que no hayamos contemplado. Sed flexibles en la medida que os parezca justo en el momento de establecer las normas de juego.
- Negociad también unas consecuencias que os parezcan adecuadas para el caso en que no se cumplan estas reglas y cuando se aplicarán.
- Parar de jugar puede ser realmente difícil cuando acabe el tiempo. Cárgate de paciencia y estipula pistas o avisos antes de atribuir una consecuencia aversiva. Por ejemplo, anticipa el número de avisos que tendrá para recoger antes de obtener la consecuencia.
- Convierte el uso de los videojuegos en un refuerzo positivo. Cuando hagan cosas bien o consigan ciertos logros o metas, puedes obsequiar con más minutos de videojuego. Normalmente, ¡le animarán a seguir adelante! Y, en caso de que no cumpla con unas tareas básicas, podemos convertirlos en un estímulo de retirada de beneficio.
- ¡Da ejemplo! No podemos pretender que los niños y niñas no jueguen a videojuegos si vosotros/as estáis todo el día de la mano de un dispositivo electrónico. Establece pequeños espacios sin pantallas también para ti en los momentos en que ellos y ellas no las tengan.
- Crea actividades estimulantes para los niños, niñas y adolescentes fuera de las pantallas. Como decíamos, muchas veces, los videojuegos pueden ser el estímulo más potente que consigan y por ello, será el más atractivo, pero en tu mano está crear otros estímulos que puedan resultar igual o más atractivos.
Esperamos que os haya resultado interesante el artículo y que pueda ser útil para vuestra gestión del tiempo en familia.
¡Hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia