Dos perspectivas

Cuando vemos a un/a anciano/a, solemos sentir sentimientos de ternura, cuidado o protección, entre otros.  

Nuestro objetivo es acompañarlos o acompañarlas y ofrecer cuidados, pero a veces nuestra ayuda o nuestra alerta puede provocar en ellos o ellas sentimientos de desesperanza, vulnerabilidad, e incluso inutilidad. Es difícil equilibrar los sentimientos de la persona que cuida y la del/de la propio/a persona mayor, dado que puede llevar a discusiones o a hacer sentir mal a unx u a otrx. 

 
Pongamos un ejemplo: imaginemos una familia compuesta por madre, padre y dos hijas y un abuelo que tras la muerte de su mujer se muda a vivir con ellos. La persona mayor tiene un buen nivel cognitivo y no hay enfermedad aparente. Se levanta por la mañana y tiene que bajar escaleras, para llegar al salón. El adulto (hijo de la persona mayor) sube para ayudarlo a bajar; la persona mayor comenta que no necesita ayuda y que puede bajar solo, pero el adulto insiste en que se apoye en su brazo para bajar.  
¿Qué sentimientos/actitudes aparecen aquí? El adulto cree que es mayor y que quizás se puede caer; que su cabezonería de ser autónomo cada vez crece y crece más. Puede creer que no quiere acatar la instrucción de ser ayudado y, además siente que su, en este ejemplo, padre se enfada con él porque no confía en que pueda bajar las escaleras solo. 
Por otro lado la persona mayor, siente que es capaz de hacerlo por sí mismo, como lo ha hecho durante toda su vida, y que su hijo está poniendo ayudas de más, quitándole libertad. Esto genera un conflicto. La persona mayor con su libertad de expresión y con un tono de humor, al llegar al salón comenta a su nieta: “Me tienen que bajar porque creen que me voy a caer”. El hijo de la persona mayor, con un tono un poco más serio, comenta que encima que le ofrece ayuda para protegerlo tiene este comentario desafortunado.  

 

Pero el día sigue, ponen la televisión y la persona mayor pide que suban el volumen que no escucha lo que dicen. El hijo decide que es hora de comprar unos audífonos porque lleva un tiempo sin escuchar demasiado bien, por la edad claro. Lo que está tan claro para el hijo, no lo está para nada para el padre. Probablemente se niegue rotundamente a ponerse unos aparatos en los oídos, alegando que escucha bien y que ellos ponen el sonido demasiado bajo. Otra vez se repiten los mismos sentimientos: uno cree que ayuda, cuando el otro cree que le quitan facultades y pese a saber que tiene una edad y que le cuesta escuchar un poco más de lo normal, no quiere aceptar la pérdida de capacidades, se siente vulnerable y tratado como alguien inferior. Aquí también entra el cambio de rol que tiene la persona mayor frente a su hijo, totalmente invertido. Los límites o normas que antes el padre ponía a su hijo, ahora son puestas de hijos a padres: “no recojas el cojín del suelo a ver si te vas a caer”, “no bebas tanta cerveza que puede provocarte más arritmias”, “no andes tan rápido a ver si te vas a tropezar”, “tienes que comer verdura para cuidarte”, “te compraremos un andador para que camines más seguro”, “déjate una luz encendida por la noche por si tienes que ir al aseo puedas ver bien”.  

 
Todo parece y son ayudas, pero también es importante ponernos en la situación de la persona mayor. Una persona que siempre ha sido autónoma y se ha valido por si sola, y que además ha cuidado de su hijo. Es hora de que el adulto, por mucho que le sepa mal la cabezonería de la persona mayor, se plantee cómo interacciona con esta, mostrando empatía y dándole un papel y un rol útil. 

 
Hoy os hemos explicado esta situación, pero como ya sabréis lectores/as, a veces los sentimientos de ambas partes puede ser muy distintos. Hay personas mayores que quieren mostrarse autónomas y no quieren ver las consecuencias de la edad, y otras que lo aceptan tanto que entran en un estado de tristeza y prefieren ser totalmente cuidadxs, necesitando ver que lxs suyxs le dan toda la atención/afecto que necesitan. Este caso también presenta un conflicto, puesto que si la persona mayor repite que se siente sola y que no cuentan con ella para nada, el adulto también puede sentirse que, a pesar de estar haciendo todo lo posible y de priorizar a la persona mayor, la respuesta que recibe por su parte es negativa y desvalorizadora. 

 
Es importante que las personas mayores tengan una vida plena como la que nos han dado a nosotrxs durante la infancia, adolescencia y adultez. Es importante que tengan una calidad de vida y que, a veces, sus caprichos sean cumplidos. Por nuestra parte, nos toca bajar las exigencias e intentar que sus emociones sean lo más positivas posibles, que tengan un grupo social con quien entenderse y compartir, que tengan una rutina y un papel importante en la familia y sobretodo que se sientan acogidxs y queridxs por su familia, aunque a veces nos cueste o tengamos que dejar de lado nuestra concepción de la vida y de su comportamiento. 

 

¡Esperamos que te haya resultado muy interesante! ¡Hasta el próximo miércoles! 

 

El Equipo de Somni Psicologia 

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