La música y los sonidos han ido desde siempre ligados al ser humano. Antes de que existiera el lenguaje, se utilizaban para comunicarse entre ellos, o como herramienta de supervivencia para avisarse cuando había algún peligro. Y es que los sonidos musicales son la base del lenguaje, pues nuestro tono de voz, el ritmo, la modulación, etc. poseen rasgos musicales.  

Pero la música no se encuentra sólo en el origen de nuestro lenguaje o de nosotros y nosotras como especie, sino que también en el origen de cada persona. Desde que nacemos, a los pocos días de vida, somos capaces de reaccionar a estímulos musicales: cuando el bebé se queda dormido escuchando una nana, o se queda relajado al escuchar los latidos del corazón de su madre.  

Toda esta capacidad innata musical, juega un papel muy importante en nuestro desarrollo tanto emocional, como social y cognitivo, especialmente durante los primeros meses de vida.  

Pero, ¿cómo llega la música desde nuestros oídos hasta generarnos emociones? 

La música llega a nuestros oídos a través de ondas sonoras, que al llegar a nuestro oído se convierten en estímulos mecánicos, es decir, en movimiento, hasta llegar al órgano de Corti. Éste es el encargado de transformar estos estímulos mecánicos en estímulos eléctricos, que es el único lenguaje que nuestro cerebro entiende.  

A pesar de que son muchas las áreas de nuestro cerebro que se estimulan o intervienen en este proceso, a nivel emocional una de las más importantes es el sistema límbico. Este sistema está relacionado con las emociones y también con los instintos, y lo que hace es activar ciertas partes cuando nuestro cerebro reconoce una melodía.  

Por ejemplo, este sistema activa la memoria y la evocación de recuerdos, por eso muchas veces cuando reconocemos una canción no solo nos produce una emoción, sino que además nos evoca algún recuerdo que tenemos ligado a esa música.  

Además, este sistema también gestiona las respuestas fisiológicas de nuestro organismo ante ciertos estímulos. Cuando escuchamos o hacemos música, se estimulan muchas conexiones en muchas áreas cerebrales, las involucradas en las emociones, sí, pero también los sistemas de recompensa, las sensaciones, el movimiento, la cognición, etc. Por ejemplo, cuando escuchamos una canción que nos gusta, nuestro sistema dopaminérgico genera dopamina, un neurotransmisor que nos hace sentir bien, y que otorga a la música el poder de cambiar nuestro estado de ánimo.  

Otra de las áreas que hemos comentado anteriormente es el movimiento. Y es que muchas veces al oír o recordar una canción, seguimos el ritmo moviendo la cabeza, el pie, la pierna… Y este propio movimiento también muchas veces es capaz de activarnos, activando también nuestra respiración, nuestras pulsaciones, lo cual puede ayudar a cambiar nuestro estado anímico.  

Hay muchos autores que defienden que la música es una de las actividades más complejas de la mente humana, tanto de entender como de explicar, y que de todas las artes que hay, es la que tiene más poder de cambiar la consciencia humana, convirtiéndola en una poderosa herramienta para gestionar las emociones.  

Y si hemos hablado de la importancia que tiene la música, especialmente cuando somos pequeños/as, y de la gran capacidad que tiene para ayudarnos al desarrollo social, cognitivo y también emocional, ¿por qué no utilizarla más como herramienta para trabajar con los niños y niñas todas estas áreas de desarrollo?  

La música permite que afloren nuestras emociones, siendo una buena manera de mejorar el autoconocimiento de los niños y niñas, permitiendo identificar sus emociones y aprender a gestionarlas y/o regularlas. También nos permite ver que una misma música o situación puede generar sentimientos o emociones diferentes en ellos mismos/as que en otros, dando lugar a la escucha activa y a la empatía para entender las emociones del otro/a.  

Además, el poder de la música para cambiar nuestro estado de ánimo permite ayudar a los niños/as a cambiar el suyo. Por ejemplo, en situaciones en las que necesitan estar relajados o en calma, y que aún no son capaces de llegar a ese estado por ellos mismos, podemos ayudarles de la música como herramienta para llegar a sentirse de esa manera. En otros casos, como por ejemplo si queremos ayudarles a sacar rabia o frustración, la música nos puede ayudar a liberar adrenalina, incitándoles a moverse y expresarse.  

El poder de la música de evocar recuerdos, también puede ayudar a los niños y niñas a conectar a través de diferentes melodías que relacionen con diferentes emociones, con esos recuerdos o situaciones en las que se han podido sentir así, para facilitar la identificación y gestión de las mismas.  

Como veis, la música puede ser una poderosa herramienta para el mundo emocional de los niños y niñas, y son infinitas las maneras en las que podemos utilizarla para su beneficio.  

Esperamos que el artículo os haya resultado interesante, ¡nos vemos la semana que viene! 

El Equipo de Somni Psicologia 

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