Adolescencia, Ansiedad, Asertividad, auto-castigo, Autoestima, comunicación, Emociones, Empatía, Expectativas, Funciones ejecutivas, Gestión Emocional, Infantil, Inteligencia, Maternidad, NUESTRO BLOG, Organización, Parentalidad, Perfeccionismo, Prioridad, Reeducación, Responsabilidad afectiva
¿Cuántos padres y madres temen y sufren la llegada del momento de las notas? Ese momento en que los niños y niñas llegan de la escuela con un papel, que pretende reflejar el conocimiento adquirido durante ese trimestre. Y es que a muchos padres y madres les genera ansiedad este momento, ya que les parece determinante para sus niñxs, y aparece el común miedo al fracaso: “¿Y si ha suspendido muchas?”, “¿Y si no consigue aprobarlas?”, “¿Y si no le gusta estudiar?”, “¿Va a ser un/a fracasadx?”
¿Y dónde va toda esa falta de confianza y miedo al fracaso? Obviamente a los niñxs que, aunque creamos que no nos escuchan o que no nos están haciendo caso, son como una esponja que absorben todo lo que ven y todo lo que oyen.
Y es que, como hemos hablado en muchas ocasiones, cada niñx es un mundo, con sus habilidades y con sus dificultades, y a veces un sistema académico rígido y basado en aprender conceptos y plasmarlos en un examen puede no ser beneficioso para todxs ellxs. Si solo basamos las habilidades de los niñxs y su valía en los logros académicos, no solo los padres y madres tendrán y vivirán ese miedo al fracaso de sus hijxs, sino que ellxs también lo experimentarán.
¿Qué puede generar eso? Pues seguramente nos encontraremos con niños y niñas ansiosxs, nerviosxs, con una baja autoestima, y con mucho miedo a probar cosas nuevas o a seguir intentando cosas que no les salen, por el miedo a fracasar.
Es importante hablar y mostrar a los niños y niñas el valor del fracaso, la importancia de intentar las cosas, aunque no nos salgan; de probar cosas nuevas, de seguir intentándolo, y sobre todo, es importante que restemos importancia a esas notas y le demos un valor distinto, de celebrar y realzar aquellas áreas en las que ha destacado, y las que no, no vivirlas como un fracaso sino como una manera de visualizar en qué cosas tocará esforzarse un poquito más.
Y, a ser posible, generar un espacio en el que hablar de que cosas también nos cuestan a nosotros como adultos y que seguimos intentando, asegurándonos que no tenga miedo a suspender, a equivocarse, a vivir esos errores como parte del proceso de aprender, para que en un futuro no tengan miedo a probar, intentar y equivocarse.
¡Nos vemos la semana que viene con un nuevo artículo!
El Equipo de Somni Psicologia
Apego, Asertividad, comunicación, conflictos, Emociones, Empatía, Expectativas, Infantil, Maternidad, NUESTRO BLOG, Parentalidad, Reeducación
Cuando las familias inician un proceso terapéutico para sus peques, muy a menudo, hacemos una sesión para hablar sobre los límites. Y en ellas, nos damos cuenta de que existe mucha confusión respecto al uso de los límites, los castigos y las consecuencias, llegando a confundirse con el chantaje.
Entonces, ¿qué diferencias hay? ¿Es posible poner límites adecuados sin caer en el chantaje?
Si bien la crianza respetuosa siempre se apoya en el cuidado de los niños y niñas desde la confianza y el respeto mutuo, las normas y los límites son muy importantes para guiar el desarrollo de los y las peques, ayudándoles a comprender qué actos van a ser más o menos adecuados des del punto de vista externo, tanto ahora como en un futuro.
De hecho, esta disciplina, la crianza respetuosa, considera imprescindible el uso de límites, pero propone hacerlo des de una perspectiva amable, respetuosa y coherente con lo ocurrido y las consecuencias que podría haber tenido en el entorno.
¿Entonces podemos poner consecuencias como premios o castigos siguiendo un método de crianza respetuosa?
La respuesta es sí. A lo largo de los años se ha ido construyendo toda una teoría entorno al concepto de “disciplina positiva” que justamente describe cómo poner límites de una forma respetuosa y positiva para el o la menor.
Sus principales características son:
- Amabilidad y respeto a la hora de comunicar las normas y las consecuencias. Intentar mantener un tono de voz calmado, amable y cariñoso en el momento en que ponemos un límite, y expresarlo con asertividad.
- Favorecer la autonomía y la comprensión del error como herramienta de mejora. Estos errores pueden ayudarles a ver las consecuencias reales de sus actos y ser mucho más significativos para el aprendizaje que una consecuencia impuesta por la familia.
- El castigo no es más que un tipo de consecuencia, de hecho, el tipo menos efectivo. Las consecuencias positivas y aversivas de nuestros actos nos ayudan a comprender qué ocurre si realizamos una conducta. De hecho, está científicamente demostrado que nos ayudan a aumentar o reducir aquello que hacemos de forma muy significativa. Sin embargo, el castigo no es más que un tipo de consecuencia (aversiva) que le atribuimos de forma externa a alguien por hacer una conducta. Y está demostrado que las consecuencias positivas (el refuerzo o la retirada de un beneficio) tiene mucho más peso que las consecuencias aversivas. Y aún más, si están directamente relacionadas con la conducta realizada.
- Utilizar un lenguaje emocional validando la frustración que supone que nos pongan un límite y expresando cómo nos hace sentir la conducta o situación en la que nos encontramos, pero siempre, teniendo mucho cuidado de no culpar al niño o la niña de nuestro propio estado emocional.
Es totalmente cierto que los límites, tal como eran comprendidos años atrás, podían dar pie a chantajes o manipulación del menor. Evidentemente, sin ningún tipo de mala intención por parte de la familia. Por ello, os proponemos que intentemos ceñirnos a estas pautas e intentemos ponerlos desde un punto de vista mucho más respetuoso, siendo imprescindibles para el desarrollo de los niños y las niñas.
Esperamos que os haya parecido interesante el artículo y que pueda ser útil para poder decidir la forma como queréis educar a vuestros y vuestras peques.
¡Hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Gestión Emocional, Infantil, Maternidad, Mecanismo de defensa, Mentiras, NUESTRO BLOG, Reeducación
No nos engañemos, pese a que las mentiras están muy mal vistas, son un mecanismo adaptativo que nos ayuda a relacionarnos socialmente en muchas ocasiones. Nos permiten integrarnos en grupos sociales, defendernos ante posibles consecuencias aversivas y a alcanzar algunos objetivos propios, a la par que nos evitan muchos conflictos sociales.
Sin embargo, su buen uso es muy complicado y, a menudo, nos lleva a sufrir muchos conflictos asociados a ellas debido a la falta de confianza que generan al ser descubiertas.
Todos y todas decimos mentiras en algunas ocasiones, e intentamos vivir trampeando los momentos en que éstas pueden llevarnos directos a la desgracia. Pero cuando otras personas nos mienten, sentimos que nuestra relación se ve mermada.
¿Y qué pasa si quien te miente es tu propio hijo o tu propia hija?
En estos casos podemos llegar a sentir que nuestro vínculo, ese tan importante que llevamos cuidando desde tanto tiempo atrás y que vivimos con tanta intimidad y cariño, se rompe.
No obstante, es totalmente natural que los niños y niñas entre 5 y 6 años empiecen a decir mentiras para explorar, debida la necesidad de dar respuesta a las situaciones sociales que mencionábamos anteriormente.
De hecho, tus peques no mienten porque sea divertido decir mentiras, sino porque hay una situación que deben gestionar, igual que nos ocurre a las personas adultas. La única diferencia es que, a través de los años, aprendemos muchas herramientas que nos enseñan a resolver muchas situaciones sin necesidad de recurrir a las peligrosas mentiras, y tus peques aún no las tienen.
Entonces, ¿debemos dejar que mientan o debemos reñirles?
Si bien es cierto que debemos actuar ante una situación así, es importante no reaccionar de una forma desproporcionada ante las mentiras. Debemos intentar mantenernos calmados/as y establecer un espacio de comunicación seguro para él o para ella.
Los objetivos que deberíamos intentar lograr son:
- Comprender qué le ha llevado a mentir y validar las emociones que le han precipitado a ello. Normalmente, las mentiras siempre van ligadas a emociones desagradables y, posiblemente, pese a haber hecho algo mal, la causa ha sido un malestar.
- Poder expresar cómo nos sentimos ante su mentira y qué consecuencias puede tener que lo haga de forma recurrente.
- Proporcionar estrategias alternativas para conseguir aquello que necesitaba sin tener que recurrir a las mentiras. Así, le facilitaremos el trabajo en un futuro y no necesitará mentir.
Si os fijáis, mantenemos la técnica del sándwich de la que tanto os hemos hablado para ser asertivos/as con los y las peques (comentario agradable, desagradable y agradable de nuevo).
Esperamos que os haya resultado interesante el artículo y que pueda ser útil para ayudar a los y las peques en su gestión de las relaciones sociales, a la par que facilitar la comunicación en familia.
¡Hasta la semana que viene!
El Equipo de Somni Psicologia
Asertividad, comunicación, Emociones, Empatía, Gestión Emocional, Infantil, NUESTRO BLOG, Salut Mental
Como adultxs, somos perfectamente capaces de entender que otra persona adulta pueda tener un mal día. Somos capaces de empatizar en cómo se puede estar sintiendo y comprender que pueda tener un gran enfado por una tontería, que dé una mala contestación, que llore por algo que aparentemente no nos parece tan importante… todxs hemos estado en esa situación y, por lo tanto, somos capaces de ponernos en su lugar y ser mucho más benevolentes con sus reacciones y conductas.
¿Por qué todxs somos capaces de empatizar con esta situación? Porque tener un mal día es normal.
Pero, ¿qué pasa cuando extrapolamos esta misma situación en los niños y niños? ¿Pueden tener ellxs un mal día?
Muchas veces, como adultxs, padres, madres, cuidadorxs, etc., esperamos que lxs más pequeños tengan un comportamiento ejemplar, que nunca se pasen de la raya, que no tengan una mala contestación, que no griten, que no monten una rabieta, que controlen hasta el más mínimo detalle de sus comportamientos, emociones y reacciones. Cuando somos nosotros/as quiénes tenemos un mal día, lo verbalizamos, lo expresamos y esperamos que las personas de nuestro entorno empaticen con nosotrxs, nos comprendan e incluso que “aguanten” nuestro mal humor.
¿Cómo nos sentiríamos si en vez de eso, nos tiraran en cara nuestro comportamiento, nos lo reprocharan e incluso nos regañaran? Exigiéndonos un comportamiento ejemplar a pesar de nuestras emociones. Seguramente nos sentiríamos tristes, enfadadxs y totalmente incomprendidos e incomprendidas.
Los niños y niñas muchas veces no son capaces de verbalizar sus emociones, y por lo tanto no son capaces de identificar y contarnos que han tenido un mal día. A veces será una pelea en el patio, una mala nota, que un amigo no haya querido jugar con él o ella, e incluso que un imprevisto haya hecho que no podáis ir al parque esa tarde. Como adultxs nos pueden parecer motivos insignificantes, pero para ellxs no lo son, y lo que sienten y necesitan es exactamente lo mismo que nosotrxs: acompañamiento, empatía y, sobre todo, mucha comprensión.
Así que, la próxima vez que sintamos que nuestros hijos e hijas nos están llevando al límite, que se nos agota la paciencia y que no aceptamos ese comportamiento, respiremos hondo y pensemos, ¿cómo me gusta que me traten a mi cuando tengo un mal día?
¡Esperamos que te haya parecido útil y motivo de reflexión! ¡Hasta el miércoles que viene!
El equipo de Somni Psicologia